miércoles, 12 de abril de 2017

Disparo al aire

Disparo al aire del grito que tantos años llevaba guardando. Se había dado cuenta ahora de que se los había llevado, y no sólo con esa persona que casi había borrado  de sus pensamientos, sino que había logrado llevárselos para siempre. Se los había llevado en todos los aspectos. No conocía el afecto y, a penas, conocía de la existencia por parte de aquellos que también eran parte de él. ¿Cómo era posible que alguien no entendiese que le habían robado una vida? Su vida entera y que ahora nada le queda. ¡Devuélvemela! Susurró.

Llevado para siempre al olvido. Lo habían obligado a convertirse en parte del Mito de la Caverna y así vivía, desconociendo lo que hacían las personas que eran su vida. El hecho de habérselos llevado tantos años atrás lo había convertido en un extraño. Así es que hoy, solo era un envase vacío de vida.

El temblor en las manos a penas le permitía coger la silla para sentarse. El mismo temblor que no lo permitía sostener en la otra mano aquellos dos tubos alargados que acababan en un brillante trozo de madera.

Al llegar a la ventana, colocó la silla perfectamente paralela a la ventana. Resopló. Se sentó. Cabizbajo agarrando con las dos manos los fríos tubos, dejó que las lágrimas cayesen silenciosas hasta llegar al suelo. Levantó la vista. Miró por la ventana y vio al futuro como si fuese una condena. Tragó saliva.

Fijó la vista por un momento en unos pájaros que alzaban el vuelo desde uno de los postes de la luz hacia el cielo. Imaginó el momento. El momento de volar más allá de los límites de lo real. Siempre había creído que la inmortalidad la daba el recuerdo que dejas en los demás y que tu verdadera muerte sucede en cuanto todos te olvidaban. Quizás para él la inmortalidad se había acabado.
Apoyó la mandíbula sobre los cañones de la escopeta cuya empuñadura de madera se posaba sobre el suelo de madera. Vio los pájaros más lejos mientras notaba el frío cañón.


Disparo, esta vez no al aire.


Inspiración:


martes, 23 de agosto de 2016

En frío

No es la necesidad de un sentimiento, sino sentir que estoy contigo ahí adentro.  Algo nuestro que creía, por momentos, nuestro y de nadie más. Algo que era mentira porque era compartido.

Tú. La compartida. La que no quería dueño, pero la que quería ser dueña. La única, sin ofrecer lo mismo. Tú que pides y pides y jamás das. Tú. La única, la especial, la relevante,  la importante, la de te quiero y tú me tienes que querer…

Así fue como acabó… Creyendo que eras la única, la especial, la relevante,  la importante… Todo eso sin haberlo sido. ¿Cómo descubrir que la venganza es un plato que se toma frío? Como cuando decías que te quiero, a sabiendas que me mentías, mientras mi silencio y mi sonrisa pensaban en las otras caricias. Te han pagado con la misma moneda. Ahora, sin posibilidad de reproches ni odios, te enteras. Me dices cobarde. Me dices que no era un hombre, cuando tú tampoco eras una mujer.

Lágrimas falsas de desconsuelo al enterarte que no eras tú la única que no quería dueña. Tus falsos lloros y tu falso te quiero. Eras tú la que creías que me tomabas el pelo.


Acabé contigo y, sí, estoy solo, pero estoy tranquilo. Ya no veo la necesidad de buscar vendetta y de conocer gente que no me interesa por el mero hecho de hacer daño. Por eso ahora busco lo que no tengo y, principalmente, trato de olvidarte, a ti y todo lo que me he sentido obligado a hacer para no sentirme un gilipollas.

Así es como descubro sitios y me descubro.






martes, 2 de agosto de 2016

Holes

Todos y cada uno de los disparos. Todas y cada una de las puñaladas. Todas y cada una de los dardos envenenados. Todos ellos con sus marcas y con su correspondiente dolor parecen caer en el olvido esa noche que la conoció. En la que el pasado quedó atrás, en la que el dolor no sirvió de nada y se desvaneció en un beso lleno de dudas y desconfianza. Pidiendo perdón al pasado por deshacerse de él y odiándolo por haber cargado con algo tan sumamente innecesario durante tanto tiempo. Cangando balas, cuchillos y dardos innecesarios que se hundían más y más hasta formar parte de uno mismo.  Al igual que con los sueños que cuesta diferenciar de la realidad, éstos cuesta distinguir si son parte o no de nosotros: ¿Son agentes externos o somos nosotros mismos? Con el tiempo se pierde la perspectiva. Se pierde lo que somos, lo que queremos ser y lo deberíamos ser.

No sólo nos dejan agujeros en nuestro espírutu, sino que nos obligan a encerrarnos en uno del que resulta imposible salir. No gritamos para pedir que nos auxilio para salir porque ni sabemos que estamos dentro de ellos. Creemos que somos nosotros así: rudos y oscuros. Encerrados en lo hondo agujero en el nosotros mismos y los hechos nos hemos empujado.


Agujeros que sin duda han dejado huella, pero se olvidan con una sola sonrisa suya. Un agujero donde estamos metidos que se convierte en la cueva de nuestras vidas de la que salimos gracias a una mano sin darnos cuenta. Sólo somos conscientes cuando todo empieza a brillar y la luz es lo que gobierna fuera.



viernes, 29 de julio de 2016

7 LINGUAS

Xa vai a segunda vez que deixa pasar a parada na que ten que baixar, é xa a segunda. As dúbidas consúmeno e bloquéanlle as pernas. Non podo, non podo non deixa de repetirse en baixo, tan baixo que ninguén o aprecia.
No vagón entra unha persoa. Obsérvao mentres deixa fluír o seu discurso. O escritor explica o seu proxecto con detalle. Espalla miradas, pero detense na súa. Sosteñen a mirada por un intre. O escritor recolle os seus bártulos logo de acabar o que tiña que dicir e comeza a camiñar polo vagón cargando nunha man un lote de pequenos libros e na outra un exemplar.
Recibe unha cantidade enorme de respostas negativas. Pasa polo seu carón e as miradas atópanse de novo. Un intre de indecisión e consegue chamar a atención do escritor para mercar e recorller directamente da man dese creador de historias novo que trata de buscarse a vida escribindo na súa lingua no lugar menos indicado.
Agradécelle a compra e continúa o seu camiño. Faltan arredor de vinte paradas para chegar de novo a súa. Mira ao frente coa mirada perdida. Mira, pero non ve. Está pensativo.
Faltan cinco parada, parece que o tempo pasa máis rápido ca de costume. Mira o pequeno libro e decide abrilo
Foron sete linguas. Non hai realmente máis ca unicamente sete. Uma língua, deux langues, three tongues, vier  spraken, cinque lingue,  sechs Sprache e syv tunger. E despois a miña. Foron beijos, bisous, kisses, kussen, baci, Küsses e kys. E despois bicos.
Todas e cada unha coas súas marcar e os seus recorridos. Todas e cada unha delas coas súas palabras fermosas e os seus ataques que fan sufrir. E a oitava igual.
E a noite non paraban de beijar, embrasser, kissing. kussen, baciare, küssen e kysse. E despois bicar.
Foron e son sete linguas.

Le e entende que os erros son sabiduría. As linguas están para falalas e equivocarse, ao igual que as persoas.  Prefire deixar de dubidar e abandonar a liña 6 e conseguir recuperar unha lingua que tamén foi súa.



martes, 5 de julio de 2016

ELLE

Y ahí está ella, la que podría cambiar el rumbo de la historia. La que podría hacer de mí algo grande. La que podría crear una historia que ni el más grande de los romances tendría comparación. Sería, pues, el principio y el final de todo.

Es ella. Se levanta. Camina. Mientras el tiempo deja de pertenecer a las cuatro dimensiones. Es espacio da forma a su cuerpo inmóvil. Forma un agujero negro donde no es la luz ni la materia los que son engullidos, sino mi atención y mis sentimientos. Es todo suyo.

El tiempo vuelve a formar parte de la realidad y se apura a recuperar lo perdido. Se va de la tienda. Veo cómo se va y sé que soy yo el que ha perdido. He perdido la oportunidad de conocerla, crear una historia y de hacerme grande.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Notas de una cuerda


En el suelo estaba una nota y a pocos centímetros una pluma rodeada por tinta que empapaba parte del papel:

Mi vida es vulgar. Rodeado de gente que no me conoce y a la que no quiero conocer. Gente con la que no puedes contar y a la que no le puedes contar tus historias por estar prohibidas. Gente que te ofrece otras estándolo también y te recrimina haberlas aceptado. Mi vida es una mierda.

No puedo ser yo mismo. Ni puedo salirme de mis casillas. Amarro el asesino en serie que llevo dentro con grilletes cada vez más desgastados. Casi no contengo a la fiera. Mi Mr. Hyde particular se mantuvo tras los barrotes.

Contengo el odio, las ganas de matar. Despellejar. Separar la piel lentamente del cuerpo ajeno en jirones tan sumamente finos que el dolor sea tan agudo que los tímpanos revienten causando un dolor más terrible todavía. Oír los gritos de dolor, las súplicas repletas de lágrimas, los alaridos de las bestias tratadas como tales.

Y odio la puta patraña proveniente de los podridos pozos de ambición putrefacta de los pocos que pueden decir que saben lo que quieren.

Odio tener conciencia antes de haber hecho nada y llorar desconsolado por lo que pudo haber pasado, así asido al asa del recuerdo no nato que pudo haber sido y no fue y se mantiene vivo en el limbo.  

Y odio saber que estando loco me toman por cuerdo, y sabiéndolo no lo demuestre. Odio este miedo al “qué dirán” cuando todos dicen igualmente. Cuando conteniéndome soy juzgado y si sin hacerlo desconozco lo ocurrido.

Odio dejar cosas incompletas y no dejar de hacerlo. Cometiendo el error una y otra vez.  

Odio odiar tan a fondo. Odio odiar tantas cosas. Odio la gente que grita en la calle, las personas que huelen mal, los y las irrespetuosos e irrespetuosas, los y las que no ceden su asiento a los o las mayores, los o las mayores que se ofenden si se lo cedes, los que hablan todo el tiempo y no dejan hablar, las colas en los supermercados cuando hay cajas que no están trabajando, esperar en el semáforo porque está en rojo y no pasan coches, que no pidan perdón cuando te dan un golpe al pasar a tu lado, las miradas desafiantes sin motivo, la política y los políticos, los trabajadores que votan a los ricos de siempre y el trabajo como necesidad para vivir; odio los timing, las meetings, los plannings, el jogging y los runners, el zapping, las selfie, el brunch y tener un feeling; odio pasear por el campo y ver una lata de cerveza, zonas devastadas por las llamas, edificios donde antes jugaba, respirar aire contaminado, no saber de micología, el calor extremo, los mosquitos, el frío intenso, el contacto de los guantes con las uñas y que se enganche una uña recién cortada a la lana; odio perder la tapa de un bolígrafo, tener el lápiz sin afilar, tenerlo afilado y que escriba doble, el maltrato a los libros y verlos tirados en la calle, las tapas del retrete subidas y las luces encendidas sin motivo; odio ver el pan apoyado al revés, la gente que lo corta con un cuchillo que no es de sierra, las dietas saludables, las bebidas con omega 3, los LK6 munitas y las mentiras de la publicidad. Odio que la gente esté feliz con ello mientras yo soy desgraciado.

Odio que me obliguen a odiar y con ello odiarme. Odio lo que me hace odiar.

Odio querer que se acabe y acabar con esta palabra: ODIO.

Oscilaba anarmónicamente como la cuerda desafinada de una vieja bandurria. Se escuchaba el sonido de la cuerda, rozándose contra la viga descubierta en la que colgaban algunas macetas que contenían unos cisos. Unos pegotes de saliva se podían apreciar en el suelo y justo al lado una silla tumbada casi a la altura de los pies que colgaban.

Sus ojos todavía estaban abiertos aunque sin mirada.

domingo, 12 de octubre de 2014

Nieve de primavera

Amanecía como otro día cualquiera, o eso pensaba él. Se levantó sin apartar las cortinas que a duras penas impedían que la luz entrase en su habitación.
Caminó hacia el baño adormilado, bostezando y frotando los ojos llenos de legañas.
Era domingo y no tenía nada que hacer. Quería tomarse un día completo para él. Conocer la ciudad sin más guía que sus propios pasos. Cepillo los dientes, se dio una ducha rápida, enjabonándose con especial atención los pies. Se secó. Cogió la ropa de domingo que había traído y que todavía no había utilizado en todo el tiempo que allí llevaba.
Miró por la ventana y vio que hacía viento aunque el día estaba soleado. Cogió una chaqueta y bajó las escaleras. Comenzó a caminar siguiendo los pequeños detalles de los edificios que llamaban su atención. Una puerta de madera muy antigua, un escaparate con cosas interesantes, una estatua en la fachada de la montaña.
Tenía una sonrisa inmensa, indeleble, que irradiaba energía con carga positiva contagiando a todos los viandantes con los que cruzaban. Se sentía feliz después de mucho tiempo. Estaba increíblemente transformado por la necesidad de serlo.
Miró a las montañas prácticamente desnudas. Habían perdido su mantón blanco, salvo en las más salta que conservaban algo similar a un gorro.
El viento seguía soplando. Se cogió la chaqueta por la parte inferior, incrustó la parte libre por el tirador hasta que tocó tope inferior y comenzó a subir el tirador.
Acababa de llegar sin darse cuenta y sin proponérselo al parque más grande de la ciudad. Un parque lleno de cerezos en flor. El suelo estaba cubierto por una cantidad inmensa de pétalos. Sólo en algunas zonas se podía percibir la hierba.
Sopló el viento y el milagro de la nieve en primavera se hizo realidad. El viento golpeándolo en la cara y los copos de los cerezos danzando al compás de las ráfagas de viento transportando un delicioso olor con su vuelo.

Continuó caminando el campo de cerezos en esa ventisca de primavera.