viernes, 27 de diciembre de 2013

Se paró

Se paró. Permaneció inmóvil por un segundo. Lo adivinó a varios metros y recobró la
absoluta conciencia de lo mucho que lo había deseado. No se creía enamorada de él,
este sentimiento no encajaba dentro de ese ambicioso concepto del amor que tienen
los grandes lectores, los amantes del arte. No se había descubierto a sí misma soñando
con él, ni repasando sus encuentros de manera insistente, las canciones no le llevaban
a él. Si acaso alguna fantasía esporádica, referida siempre a ese físico despampanante
que tanto le gustaba. Demasiado superficial. No, eso no era amor.

Vio como se acercaba, ya la había descubierto. Solo un saludo pensó, dos frases de
cortesía que no dejen resquicio para creer que en ese momento lo imaginaba junto a
ella en su caótica habitación. Se le está acercando, camina enfilado hacia ella; ignora
lo que le espera porque está a punto comenzar el vengativo baile que el amor le tiene
preparado:

-Primer paso: la sonrisa tonta y espontánea que sin querer se ha incendiado en su
boca extendiéndose hasta sus ojos, el fuego es incontrolable. El amor implosiona y
su onda recorre el cuerpo entero, que reacciona de diferentes formas; puede que las
orejas y los codos permanezcan intactos, pero los ojos, los ojos muestran sin remedio
el irreparable daño que les han causado.

-Segundo paso: el amor se tornará ahora una mano etérea pero palpable, que se mete
en a través de sus bajos hasta alcanzar la boca del estómago. Hace jirones, retuerce
lo que encuentra, quiere desgarrar pero finalmente, afloja el ritmo, y comienza a
cosquillearle todo su interior. Poco a poco se le erizará cada célula y ese pequeño
escalofrío consecuencia del cosquilleo se transforma en sus venas en un ardor
sofocante que enrojecerá las mejillas de cualquier mortal.

-Tercer paso: está, ahora sí, frente a ella, no hay lugar para la razón, el flirteo, la
experiencia. Está perdida, ya comienza el ridículo. El amor aquí se relaja, no se ensaña
con su contrincante. Ya ha conquistado el terreno. Ha sido él quien ha marcado el
ritmo y tiento del baile, ella se ha dejado mecer como una señorita educada del s.XVIII.
Ha dado un puñetazo en la mesa dejando bien claro de qué se trataba. Ha consumado
su venganza.

Y ella que se creyó a salvo, conocedora, versada. Decidió entonces que tiraría todos
sus libros, sus películas, sus canciones. Porque ahora estaba ahí, parada y perdida, no
le habían enseñado nada.