martes, 2 de agosto de 2016

Holes

Todos y cada uno de los disparos. Todas y cada una de las puñaladas. Todas y cada una de los dardos envenenados. Todos ellos con sus marcas y con su correspondiente dolor parecen caer en el olvido esa noche que la conoció. En la que el pasado quedó atrás, en la que el dolor no sirvió de nada y se desvaneció en un beso lleno de dudas y desconfianza. Pidiendo perdón al pasado por deshacerse de él y odiándolo por haber cargado con algo tan sumamente innecesario durante tanto tiempo. Cangando balas, cuchillos y dardos innecesarios que se hundían más y más hasta formar parte de uno mismo.  Al igual que con los sueños que cuesta diferenciar de la realidad, éstos cuesta distinguir si son parte o no de nosotros: ¿Son agentes externos o somos nosotros mismos? Con el tiempo se pierde la perspectiva. Se pierde lo que somos, lo que queremos ser y lo deberíamos ser.

No sólo nos dejan agujeros en nuestro espírutu, sino que nos obligan a encerrarnos en uno del que resulta imposible salir. No gritamos para pedir que nos auxilio para salir porque ni sabemos que estamos dentro de ellos. Creemos que somos nosotros así: rudos y oscuros. Encerrados en lo hondo agujero en el nosotros mismos y los hechos nos hemos empujado.


Agujeros que sin duda han dejado huella, pero se olvidan con una sola sonrisa suya. Un agujero donde estamos metidos que se convierte en la cueva de nuestras vidas de la que salimos gracias a una mano sin darnos cuenta. Sólo somos conscientes cuando todo empieza a brillar y la luz es lo que gobierna fuera.



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