domingo, 23 de marzo de 2014

El grito de Dreamworks

Sólo un grito desesperado y exhausto acompañado de lágrimas rompió la armonía de la música que en el coche se escuchaba. La vista se le nublaba, pero ese era su menor problema. La carretera se hizo borrosa y, en ocasiones, imperceptible. Quizás ese fuese una buena solución, obviar la carretera y dejar que la inercia decida su destino. Nada quedaba ya en lo que creer. No había personas honestas, no había ideales, no había creencias, tan sólo reinaba el Carpe Diem. No existe mañana, pero, aunque no hay nada que nos lo asegure,  el mañana siempre llega. Eso fue lo que le arruinó la vida, los demás nunca pensaron en el mañana ni en cómo el presente puede hacer desgraciados a los demás en el futuro. Nunca volvería a ser el mismo.

Otro grito. Esta vez fue más débil, como si las fuerzas empezasen a flaquear. Quizás sólo necesitaba decirlo en alto aunque nadie lo escuchaba. Tal vez ni si quiera quería que lo oyesen, tan sólo necesitaba sacarlo de dentro, pero esto es sólo un “tal vez”.

Un último grito. Y ahora, para sentirse  de nuevo con honor, levantó la cabeza. Pudo observar la luna creciente en contraposición con sus decrecientes ganas de continuar. Estaba más roja y más grande de lo que nunca lo había visto. Le recordó a las películas que había  visto tantas veces por motivos que ahora prefería no pensar. Al igual que los sueños que en ellas veía, recordó como en una película los sueños que se habían quedado aparcados, y si nada cambiaba se quedarían enterrados.

Un pestañeo, unas fuertes luces de un coche que se acercaba y la luna en lo alto que observaba incrédula. El paisaje era maravilloso, nadie se lo imaginaría, nadie, ni siquiera él mismo.
La cara de aquel hombre con casco era más borrosa, el ruido de las sirenas disminuía, el parpadeo de las luces anaranjadas se hacía menos molesto y la sangre casi no fluía…

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