jueves, 14 de agosto de 2014

¿Podríamos quedar el sábado?

Vuelve a casa. La cabeza mira al frente, pero le resulta imposible ver lo que está mirando. Camina de memoria, perdido, aunque conoce el camino.
Llega al coche. Abre la puerta y se sienta. La noche estaba preciosa. La luna parecía estar más cerca de lo habitual. Abre la puerta y se sube al coche.
Piensa.
Sale de su sueño despierto. Pisa el embrague, saca la marcha y pone la palanca en punto muerto. Mete la llave en el contacto. La gira y el coche se enciende.
Aguarda unos segundos con la cabeza mirando a la parte inferior del volantes antes de sacar el coche de parking en el que estaba estacionado.  Sale.
Conduce hacia casa.
En el camino de vuelta, sigue pensando en lo que ha pasado. Recuerda a su padre. Recuerda los años que ha pasado sin verlo. Recuerda cuando fueron de compras unas semanas antes de empezar su carrera. Una carrera que su padre le había ayudado a decidir. Recupero casi olvidados recuerdo que tenía en su mente. Serás gilipollas, se autoinsultó.
Vio un hueco bastante amplio en la zona de aparcamiento que había a la derecha de la calzada. Se detuvo.
Agarra con fuerza el volante utilizando las dos manos moviéndolas de forma nerviosa. Suelta una y se la mete en el bolsillo. Saca el móvil y lo mira con detenimiento. Lo desbloquea. Mira la hora.
Busca el número de teléfono y dubitativo pulsa en el botón de llamar. Da tono.
-       ¿Sí? – Espera la respuesta.
-       ¿Sí? – pregunta de nuevo - ¿Hola?
-       ¿Sí? – reitera una tercera vez.
-       Hola, papá.
-       ¿Hijo? ¿Eres tú? – preguntando con la voz temblorosa de la emoción y de la sorpresa.
-       Te quiero mucho papá. Papá, - hace una pequeña pausa - lo siento mucho. – Empezó a llorar.

El padre destrozado al escuchar que su hijo está llorando le pregunta dónde está. Entre sollozos su hijo responde. Se sincera. Le cuenta la soledad en la se encuentra y lo mucho que siente haberlo dejado solo a él.

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