lunes, 13 de enero de 2014

La niña


La niña posó sus pequeños pies descalzos sobre el frío suelo. El pelo revuelto y casi desnuda, sólo sus braguitas de algodón blancas. Nada más exigía el sofocante calor extremeño. Recorrió con rápidos pasitos la distancia que separaba la habitación en la que dormía con sus primas de la cocina. Ese era su destino, era donde sabía que se hallaba su tesoro.


Todavía tenía dolor abdominal por el atracón de la noche anterior, apenas unas horas antes su madre se lo había dejado claro.
-Ya vale. No vas a dormir, al final caerás mala…
Pero allí se plantó ella delante de la quesera, la abrió y contempló la extraña luz que irradiaba el blanco de su gula. Parecía guardar en el interior una llama, o lava, un derrame de intenso sabor. Lo sostuvo un momento y se lo acercó a su carita. Ese era el ritual olfativo que precedía a la explosión de placer. Se sentó en el suelo y empezó a meter el dedo poco a poco en el queso. Notó como la textura de éste, cremosa y espesa, le hacía cosquillas. Se ayudó del corazón y del anular, y así con sus tres pequeños dedos comenzó a extraer poco a poco el interior del queso. Se lo acercaba a la boca y sin pan, ni nada que le ayudase se lo metió  para saborearlo, como si se tratase de un caramelo masticable gigante. Escuchó entonces que su abuela se levantaba. Abrió los ojos como si eso afinase sus oídos y con un movimiento rápido se puso en pie y devolvió el queso a su sitio. Volvió a su cama e intentó dormirse mientras su mano se apoyaba sobre su  nariz percibiendo el sabroso aroma del queso. Salivando más de la cuenta, en unos minutos, se quedó ya dormida. 


LurHall

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