Disparo al aire del
grito que tantos años llevaba guardando. Se había dado cuenta ahora de que se los
había llevado, y no sólo con esa persona que casi había borrado de sus pensamientos, sino que había logrado llevárselos
para siempre. Se los había llevado en todos los aspectos. No conocía el afecto y,
a penas, conocía de la existencia por parte de aquellos que también eran parte
de él. ¿Cómo era posible que alguien no entendiese que le habían robado una
vida? Su vida entera y que ahora nada le queda. ¡Devuélvemela! Susurró.
Llevado para
siempre al olvido. Lo habían obligado a convertirse en parte del Mito de la Caverna
y así vivía, desconociendo lo que hacían las personas que eran su vida. El
hecho de habérselos llevado tantos años atrás lo había convertido en un
extraño. Así es que hoy, solo era un envase vacío de vida.
El temblor en las
manos a penas le permitía coger la silla para sentarse. El mismo temblor que no
lo permitía sostener en la otra mano aquellos dos tubos alargados que acababan
en un brillante trozo de madera.
Al llegar a la
ventana, colocó la silla perfectamente paralela a la ventana. Resopló. Se
sentó. Cabizbajo agarrando con las dos manos los fríos tubos, dejó que las
lágrimas cayesen silenciosas hasta llegar al suelo. Levantó la vista. Miró por
la ventana y vio al futuro como si fuese una condena. Tragó saliva.
Fijó la vista por
un momento en unos pájaros que alzaban el vuelo desde uno de los postes de la luz
hacia el cielo. Imaginó el momento. El momento de volar más allá de los límites
de lo real. Siempre había creído que la inmortalidad la daba el recuerdo que
dejas en los demás y que tu verdadera muerte sucede en cuanto todos te
olvidaban. Quizás para él la inmortalidad se había acabado.
Apoyó la
mandíbula sobre los cañones de la escopeta cuya empuñadura de madera se posaba
sobre el suelo de madera. Vio los pájaros más lejos mientras notaba el frío
cañón.
Disparo, esta vez
no al aire.
Inspiración: