domingo, 23 de marzo de 2014

El grito de Dreamworks

Sólo un grito desesperado y exhausto acompañado de lágrimas rompió la armonía de la música que en el coche se escuchaba. La vista se le nublaba, pero ese era su menor problema. La carretera se hizo borrosa y, en ocasiones, imperceptible. Quizás ese fuese una buena solución, obviar la carretera y dejar que la inercia decida su destino. Nada quedaba ya en lo que creer. No había personas honestas, no había ideales, no había creencias, tan sólo reinaba el Carpe Diem. No existe mañana, pero, aunque no hay nada que nos lo asegure,  el mañana siempre llega. Eso fue lo que le arruinó la vida, los demás nunca pensaron en el mañana ni en cómo el presente puede hacer desgraciados a los demás en el futuro. Nunca volvería a ser el mismo.

Otro grito. Esta vez fue más débil, como si las fuerzas empezasen a flaquear. Quizás sólo necesitaba decirlo en alto aunque nadie lo escuchaba. Tal vez ni si quiera quería que lo oyesen, tan sólo necesitaba sacarlo de dentro, pero esto es sólo un “tal vez”.

Un último grito. Y ahora, para sentirse  de nuevo con honor, levantó la cabeza. Pudo observar la luna creciente en contraposición con sus decrecientes ganas de continuar. Estaba más roja y más grande de lo que nunca lo había visto. Le recordó a las películas que había  visto tantas veces por motivos que ahora prefería no pensar. Al igual que los sueños que en ellas veía, recordó como en una película los sueños que se habían quedado aparcados, y si nada cambiaba se quedarían enterrados.

Un pestañeo, unas fuertes luces de un coche que se acercaba y la luna en lo alto que observaba incrédula. El paisaje era maravilloso, nadie se lo imaginaría, nadie, ni siquiera él mismo.
La cara de aquel hombre con casco era más borrosa, el ruido de las sirenas disminuía, el parpadeo de las luces anaranjadas se hacía menos molesto y la sangre casi no fluía…

viernes, 14 de marzo de 2014

Razones

-¡¿ Cómo que no te acuerdas?!

Andrés no daba crédito que Julián no recordase el tamaño del enorme calamar que habían pescado aquel verano. La realidad es que Andrés recordaba con todo detalle esas vacaciones  a pesar de que han pasado ya cuatro décadas. Ese fue el verano que había conocido el mar. Tenía unos trece años pero jamás había salido de Madrid. Su madre le comunicó a principios de junio que ese año seguramente acompañarían a Julián y a su padre a Galicia en las vacaciones. Andrés preguntó el día en que el viaje se produciría y contó los días que faltaban. Primero echó la cuenta por encima, después con los dedos al estilo de un niño pequeño, o de una señora mayor que no pudo ir a la escuela, y después contando los días uno a uno en el calendario de “Carnicerías Miguel” que su madre colgaba cada año en la cocina. De esta forma confirmó los días que faltaban y empezaron a grabarse a fuego en su memoria todo lo que acontecería en el primer viaje de su vida.
El año que Andrés conoció el mar fue el mismo que la madre de Julián, Beatriz, se fugó de casa con un aspirante a poeta alemán que había conocido en París. La madre de Julián siempre había querido llevar una vida diferente a la que estaba destinada. Lo mismo que la madre de Andrés, Paqui. De hecho las dos tienen un rasgo común, un punto de inconformismo y de resignación, una mezcla que convertirá a ambas en eternas insatisfechas. Paqui fue la primera en saber que ese verano su hijo y ella viajarían a Galicia, al fin y al cabo ella fue la primera que supo que su jefa se iba a fugar. En cuanto confirmó sus sospechas sobre el inminente abandono le comunicó a Andrés que quizás ese año conocería la playa, haría un largo viaje en tren y conocería Galicia. Paqui también supo que tendría problemas.

Andrés y Julián compartían edad, cuando Paqui se quedó embarazada, su madre. que ya servía para la familia de Julián, comenzó a enseñarle cocina y costura y así asegurarle a su hija, que hasta el momento sólo sabía planchar, un futuro en alguna casa. Así empezó a trabajar con los padres de Julián que acababan de volver a instalarse en Madrid tras el parto de Beatriz y tras un período de formación de cuatro años del  padre de Julián en Suíza. Paqui llevaba el año que dejó la casa de Julián casi catorce años sirviendo para ellos.

Andrés, no recuerda exactamente la razón por la que su madre dejó la casa. Aunque ahora, sin haberla sabido nunca, la conocía perfectamente. Al fin y al cabo es lo común en las historias de la época. La madre vuelve tras el derrumbe del delirio amoroso y ante el conocimiento del desahogo de su marido con la criada acaba despidiéndola, no sin antes asegurarle un nuevo destino, después de todo había sido leal antes, durante y después de la crisis conyugal con sus jefes.

Después de eso Andrés y Julián no volvieron a verse. Pero Andrés conocía perfectamente la vida de Julián. Al fin y al cabo el propio Julián con trece años también lo sabía: heredaría la empresa de su padre que antes él había heredado de su padre y éste del suyo; así la empresa de transportes había alimentado y mantenido a cuatro generaciones, que Andrés supiese. Julián sin embargo no sabía nada de la vida de Andrés, él sólo recordaba que a Andrés le encantaba el Albariño que aquel verano habían robado de la despensa de la casa en Galicia, “Ya tenías buen paladar siendo un niñato” le estaba recordando ahora. Recordaba aquel verano también imborrable para él. Recuerda el tonteo con dos chicas de Segovia que al igual que ellos pasaban el verano en Galicia, eran primas y ese era el segundo año que viajaban al norte, el año anterior fueron a Santander. Julián recuerda la calma diaria en la casa, el buen humor de su padre, las comidas de Paqui, sus canturreos y sus sonrisas.  Ambos parece que estén viendo en ese momento a aquella perra pariendo refugiada de la lluvia bajo un hórreo en la finca de Ramón, un señor que les dijo cómo y en qué noches era mejor ir al calamar. El mismo que cerró el verano borracho y cantando celebrando su día, San Ramón. También recuerda Julián la cara de Andrés cuando probó los mejillones y cómo se destrozaron ambos los pies andando por las rocas buscando conchas, algas y cualquier rareza o descubrimiento nuevo para Andrés.

Aunque no se habían vuelto a ver Julián recordaba con cariño tanto a Andrés como a su madre, y aunque tampoco llegó a conocer nunca las razones por las que Paqui dejó su casa, sí las sabía ahora, al igual que Andrés, al igual que cualquiera que los conociese.

Andrés sabía que su único hijo había ido a la universidad con el hijo pequeño de Julián,que habían coincidido en alguna clase o asignatura, y precisamente de él quería hablarle. Esta era la razón, le aclaró, por la que ahora se había presentado aquí, intentado poder reunirse con él.

- Te agradezco mucho de verdad que me atiendas, de verdad, que no quiero molestar pero es      que estamos desesperados.

lunes, 3 de marzo de 2014

Una nota

Andaba rápido. Tan sólo quería dejar todo atrás. Caminaba con la cabeza baja, miraba al suelo. La levantó mirando al cielo como preguntándose por qué. Una lágrima resbalaba por su mejilla llegando al final y precipitándose al suelo ya de por sí mojado.
Uno gritos invocaban su nombre. Ella corría hacia él.
-       ¡Espera! ¡No te vayas! – gritaba mientras trataba de alcanzarlo.
-       ¡No me hagas esto! – le reclamó.
Continuaba su camino. ya casi había llegado al coche. Era un viejo Golf de color verde pistacho.  Sacó las llaves del bolsillo y se le cayó un foto. La vio y decidió dejarla. Abrió la puerta del coche.
-       Por favor, ¡no te vayas! – Se escuchaba la voz cada vez más cerca.
-       ¡No te vayas! – Se desgañitaba con sus ojos inmersos en lágrimas. – no te… - Se le cortó la voz al verlo completamente en el coche y cerrando la puerta.
Se detuvo. Permanecía incrédula ante la situación. Recapituló y se sintió una mierda. ¿Cómo la pude cagar de esa forma?, reflexionó durante un segundo. Se libró de sus pensamientos y comenzó a correr.
Había encendido el coche, pero permanecía dentro.
-       Quiere hablar conmigo. – Pensó ella.
Estaba dentro con su libreta y bolígrafo que los acompañaban a todos lados. Estaba escribiendo. El cristal de la ventanilla impedía que los gritos entrasen con tantos decibelios al interior de coche, además de soportar los golpes que recibía mientras ella gesticulaba de forma enérgica.
Dejó de escribir. Dobló el papel. Abrió un poco la ventanilla, lo suficiente para colar el papel. Ella detuvo los golpes. Él deslizó el papel por la pequeña abertura sin fijar la mirada en ella. Ella lo recibió fuera.
Esperó a que lo desdoblase y arrancó.
Comenzó a leerlo, pero hizo un vano intento de detener al ver que este se alejaba. Leyó el mensaje:
Si algún día te perdono y tú sabes lo que quieres, sabrás dónde encontrarme y cuándo.  No quiero saber nada más de ti hasta entonces.
Todo lo que él había sentido se  había convertido en odio, asco y desprecio. Todo lo que había sentido había dejado de sentirlo. Todo lo que había sentido ya no lo sentía.